Pintor enigmático trata de imitar los colores de Cohab Canyon
Por Otto Rodríguez
OneTravelGuru.com
Era una de esas tardes perfectas en el Parque Nacional Capitol Reef, en el corazón de Utah. Y digo perfecta porque si en cualquier otro sitio del planeta las seis de una tarde soleada es “la hora dorada” para la fotografía, en Capitol Reef ese momento del día es la “hora dorada con esteroides”, por el efecto peculiar de la luz sobre las imponentes formaciones de roca rojiza que caracterizan uno de los parques más bellos de Norteamérica.
Andaba yo de aventuras en Cohab Canyon, popular sendero que comienza en Fruita Campground y asciende unos 800 pies hasta que el caminante se adentra en uno de los cañones más originales del parque. Con sus paredes de roca de diversas coloraciones, llenas de agujeros producto de la implacable erosión, parece estar uno perdido en un queso suizo gigante.
Con una extensión de aproximadamente tres millas ida y vuelta, Cohab Canyon deleita al senderista con su trillo a veces sombreado, a veces estrecho, en ocasiones peligroso, pero siempre con unas vistas espectaculares de las majestuosas “catedrales naturales” que adornan Capitol Reef.
Moviéndome entre los recovecos cercanos a un lugar que yo llamo “el anfiteatro” -por ser una explanada de roca generalmente lisa en unos 200 pies a la redonda con un original monolito en el centro- recordé la primera vez que caminé Cohab Canyon con mi hijo Eric. “Qué maravilla sería un concierto de música rock en este lugar”, le comenté a él en aquella ocasión.
Y ahora, justo frente al monolito, en el extremo sur del “anfiteatro”, estaba la otra única persona que andaba ese día por Cohab Canyon. Era un pintor amateur, un hombre sin nombre, que hacía, según me dijo, “un estudio al óleo” de la parte este del cañón, bañada de manera espléndida con los rayos solares de esa hora perfecta.
“Vivo en Wisconsin, aunque soy originalmente de Jacksonville” fue la única información que supe de este enigmático pintor. Luego de unos minutos de charla simple, continué mi sendero, mientras el artista seguía allí con su barba gris, mezclando un mar de colores con su fina espátula para, quizá, lograr los matices de ese instante.
